lunes, 27 de julio de 2015

Ayuda, fuego!

A voz femenina y a todo pulmón oigo el grito "¡Fuego! ¡Ayuda, fuego!" entonces la veo, una mancha borrosa corriendo a mi izquierda, un poco mas adelante. En un principio no noto que aunque corre, mantiene la distancia; pero entonces veo a los otros, adelante y en el otro costado, corriendo como que se les escapa el alma. Miro hacia abajo y veo mis pies intercambiándose frenéticamente sobre el asfalto, como si mi cuerpo se moviese a la velocidad de los otros. Busco entre los de adelante al compañero que me trajo y a la compañera que ha estado pendiente de que yo no me pierda toda la tarde. Aunque las vestimentas no son las mismas, al recapitularlo noto que esta misma escena ya la he soñado. Los localizo y ahí siento el golpe en los pulmones, efectivamente estoy corriendo junto al resto. Aunque lo intento, no logro girar la cabeza para ver de qué huyo: me invade el temor a perder el paso y caerme. En aquel momento sí había identificado al enemigo, emergieron de entre la yesca con armas en mano y empezaron a disparar (ya corriendo recuerdo la voz femenina pidiendo ayuda a gritos, porque fuego). Nos estamos acercando a una pluma e instintivamente mis pasos disminuyen velocidad (nos reunimos en una rotonda frente a una pluma, a tomar aliento y discutir hacia dónde iríamos), retomo control de mi cuerpo y tratando de ignorar el peso de las piernas o el insoportable dolor en el pecho, trato de contar a los que me rodean para confirmar que estén completos y en buen estado. El último en llegar trae la sangre que se le ha salido a la altura del tabique aún adherida a la piel, me digo que esta completo (si la sangre no cae no debe ser tan grave) y empiezo a marcar círculos en el suelo. El último había llegado con la nariz rota, y ente los nuestros uno resguardaba plomo en la pierna derecha (cosa diferente, como aquellos que entonces no habían llegado con nosotros a la rotonda).
Veo los rostros verdes y azules, el miedo en sus ojos, la rabia en sus labios, las manos que tiemblan. Los veo sorprendidos por todo y no puedo evitar preguntarme que si realmente no lo esperaban. En aquel entonces dije resguardo y ofrecí mi casa, pensando en calmarlos con la tranquilidad de aquel sitio alejado dónde el viejo de los mares habita. Uno avisa que los que cual plantas brotaron del suelo ahora pasan por atrás, intentando alcanzarnos desde el otro lado. Herve el estómago y sube la sangre, quiero ir a por ellos, cumplir mi promesa de hundirles el rostro. Pero aunque los veo a los otros igual de inquietos, noto que nos domina el sentido común y elegimos no arriesgar nuestra integridad física por mas rabia que nos conquiste. Si esto fuese aquello, ya estaríamos llegando a casa. Pero es real y llamamos refuerzos en lugar de lamentar haberlos perdido. En minutos triplicamos nuestros números como para sabernos a salvo. La caravana de latitas voladoras se despedaza al ir estacionando uno a uno en el orden de llegada, se apilan tras las luces azules y marchan fuera, preocupación en mano. Entonces es cuando finalmente logro escuchar otra cosa fuera de las suelas sobre el asfalto y el grito de ayuda; relatan lo sucedido y me descubro escuchando atentamente buscando en mi memoria algún rastro de lo que dicen.
Esa vez lo vi y registré todo: los tipos emergiendo vestidos en colores tierra, armas ya en mano y uniformes idénticos a los de la disputa de los seis mil minutos, la verdeamarillenta grama seca y los largos árboles dándole paso al sol entre sus cúmulos de cloroplastos (el aire crujiente), la mancha negra dividiéndose en tres grupos desbalanceados: uno de cinco perdido en dirección inexacta, el menor que volvió y la bolita grande de unos treinta que resentimos el golpe. Registré incluso la posición del compañero que hospedó plomo y de la compañera que me sonreía antes con calma.

He escuchado que hay ciertos estados en los que la memoria se borra: después de un accidente, tras un evento traumático o con mucha adrenalina. Mi comprensión al respecto era que la mente bajo los efectos de la adrenalina no registra en la memoria a largo plazo lo sucedido, o algo por el estilo. Claro, además de estos casos están los inducidos por alcohol, drogas o falta de interés; pero esos no son a los que veníamos.
Este fue el caso de una muy particular situación, en la cual la situación me hubiese sido enteramente ajena, si no hubiese sido por la obvia presencia física y la adrenalina que infalible me invadía (y la rabia, que nunca falte la rabia).

En resumen, aparecieron de la dirección a la que nos dirigíamos. Rugió uno a metros de alcanzarnos, advirtiéndonos de su llegada, y nos persiguieron largo tramo. A uno lo alcanzaron mientras trepaba a sus pedales por medio de golpe en la cabeza, para luego ir a por la nariz, pero perdiéndolo luego. "Ni los verdaderos gorilas son tan indisciplinados" me comenta compañero, y ya no sé realmente a qué gorilas se refiere.


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