jueves, 20 de octubre de 2016

Carta olvidada

A vos que has aparecido acá sin motivo, ojalá estés al sur de algo:

Escuché que volviste (o lo leí en algún artículo en internet), quiero creer que tuve algo que ver, que era a mi a quien le cantabas. Te vi cantando y tuve que escucharte. Te extraño a veces, cuando escribís y no es conmigo. Sigo esperando tu carta...
Si te digo que hace un tiempo ya que dejaste de viajar conmigo, ¿vendrías para ir a dar una vuelta?

Lentamente según fui olvidando todo escapé a cada condena que tuve, vos fuiste la última.
Primero dejé el reloj sobre la mesa al lado de la brújula, me olvidé el tiempo al lado de la dirección, y empecé a llegar tarde a todas partes. Alguien me preguntó por ti y no pude evitar recordarte, colocándome en la delicada línea que define los días, un poco adelante de cuando estuviste. Vi el reloj sobre la mesa y quería preguntarte qué era, para qué había sido creado. Con tu ausencia me respondiste que era para definir el pasado y limitar los momentos. Entonces lo tiré por la ventana para ver si volvías.
Y volviste por un tiempo, me despertaba en tu casa en el verano que te conocí, y antes de abrir los ojos me teletransportaba al otro hemisferio y cruzaba el mar. Hasta que un día terminó el verano. Era pleno julio, hacía frío y pasé por tu casa con los ojos abiertos. Vos no estabas (te fuiste al sur del sur y no volviste mas).

A los meses me olvidé la bufanda, esa violeta que a nadie le gustaba. Me la regaló mi madre y la usé siempre con gusto, primero ignorando tu rostro arrugado al verla, luego apreciándolo. Vos preguntando mis razones para que la única prenda de color fuese esa. Hasta que un día fui a la biblioteca a encontrar un mail tuyo recordándola con nostalgia. Tuve que irme inmediatamente y la bufanda quedó al lado del mouse; me la robaste al arrancarle tu amargura y tus arrugas que aparecían al ponérmela. Otra vez me recordaste que el sur del sur queda lejos, la bufanda ya no abrigaba.
Transcurrida una semana me olvidé los puchos en el aula. ¿Cómo podría cambiar de marca si sabía que vos solo fumabas esa? Ignoré el atado en la mochila (la otra marca de repuesto) y cogí billetera, chaqueta y celular. Me puse los zapatos despacio, pensando en ir a buscarte un rato al parque, pero me olvidé las llaves y cerré la puerta. Ahí quedaron todas las cartas, las fotos, y una colección de ropa que ya no quería usar. Los cigarros los compré igual, y te busqué para temblar con vos fumando, contarte como perdí mis muebles y mis libros olvidando que los muros y las puertas son límites y no abrigo. Pero en el sur del sur era verano y vos no estabas en el parque.
Caminé por horas hasta que no pude ver y no me quedaban cigarros para iluminar el camino. Una banca me pidió que me acostara y coloqué la mochila de almohada. Pasé la noche sosteniendo el celular descargado en la mano, cuestionando tu memoria y si sabrías aún quien era que te hablaba. No me servían de nada ni las tazas ni la mesa si vos no llegabas a tomar café conmigo, y me alegré de haberlas olvidado bajo las llaves.
En algún momento esa noche me dormí y soñé contigo, o mejor dicho, con esa ausencia tuya que se iba haciendo amiga. Soñé que me olvidabas afuera de una galería por el centro, y te ibas fumando despacio por la vereda de enfrente. Desperté habiendo olvidado la tristeza en el sueño, con las pupilas destilando rabia por tu olvido y el desierto. Tuve que levantarme e ir a buscar un aire que me sacara lágrimas para lavarme el mal momento. Las uñas clavadas en la cubierta del celular, los zapatos bien puestos. Con la prisa había olvidado la mochila-almohada, y en ella ese pedazo de plástico que me decía quién era y cómo era mi cara. Cuando me di cuenta ya había cruzado el río, olvidando el camino de regreso. Entre tanto olvido y tanto paso se me fue despegando la rabia, pero no tenía frío: seguía con la chaqueta de cuero.

Caminé hasta que el sol me sacó gotas de la frente, los edificios a mi alrededor se habían vuelto verdes y las calles eran cuestas infinitas de piedra y tierra. Miré fijamente la señalización en la carretera, pero al olvidarme mi dirección también olvidé como leerla. Me dejé caer con indiferencia al lado del camino, donde daba el sol, y vi un rato como pasaban las nubes, me dormí de nuevo. El sueño fue calmo, soñé con otras nubes aún mas blancas, pero en el sur del sur había tormenta y te envidié por eso. Tu rostro no apareció cuando el calambre en la mano me despertó, haciéndome soltar el aparato por miedo a también perderla y con ella el recuerdo de tu mirada al sentirla en tu pelo. Pero estos aparecieron un instante entre las nubes y recuperé la calma. Me senté despacio pensando en el otoño que caminabas descalza por el parque para reconectar, "tengo que poner los pies en la tierra" me decías, y metías los calcetines adentro de los zapatos. Con cuanto amor y cuanta fascinación te vi hacer eso por meses hasta que el frío te ganó y nos quedamos en casa. Pensé que se me acababa el otoño y me saqué rápido los zapatos. Me sonreíste desde el fondo, así que puse los calcetines como vos solías, y el aparato al lado. Pasó un joven y le pedí un cigarro para fumar despacio. El protocolo, la vergüenza y la música habían quedado en la esquina de un sofá, creí, pero no pude atinar cual o dónde. Supuse haberlo olvidado y sin pensarlo mucho me fui a buscarlo.

Con árboles a cada lado caminé por líneas de polvo, hasta que unas raíces me hicieron notar que había olvidado aislarme de la tierra, al lado del aparato. Vos te reías en la puerta, con el mate en la mano. Me preguntaste hacía cuanto que me pintaba las uñas de los pies, y yo viendo hacia abajo te dije que olvidé quitarle el color a las cosas. Esa vez tenías la falda corta con los elefantes, habrá sido pleno enero.
Me apoyé en la corteza del árbol mas cercano, intentando recordar que era lo que buscaba. Pero apareció de nuevo tu risa, esta vez causada por algo que viste en la ventana. Olvidé lo que quería decirte y me reprochaste que siempre me pasaba, pero no recuerdo cuando.

En el bosque cambió la luz un par de veces, siempre mostrándome los colores mas hermosos. Pensé mucho y discutí en voz alta, hasta que al salir había nieve. Creo que salí porque la chaqueta ya no me bastaba.
Una persona en un auto me ofreció llevarme, me contó de su hija mientras manejaba. Me contó que estaba de visita por tu casa y me mostró una foto en el parque. Afirmé con certeza que vos eras una de las figuras en el fondo. Reí con nerviosismo mientras empezaba a contarte. La persona me pidió que siguiera, me escuchó con paciencia y exploté de historias. Fui pasando frenéticamente de buenas a malas y de regreso, de antes a después y luego lo primero. Le conté de tu balcón y de tu gata, le conté de tu hermana, de tus mudanzas, de las varias botellas de vino que coleccionabas siempre a la mitad. Le conté de tu nariz y de tus delgados dedos rematados con afiladas garras. Le conté de tu llanto y del mío, le conté de las noches que bailamos hasta que salió el sol, y también de aquellas en las que seguimos a la luna en busca de astronautas. Le conté de los mates con flan, los aquelarres infinitos, y terminé contándole que no eras la de la foto porque estabas al sur del sur. De tanto contarle la calefacción del auto me habló de Morfeo y te soñé cantando.

Cuando llegamos a donde íbamos, la persona me dijo su nombre y preguntó el mío, pero no supe contestarle. Se fue tras un abrazo y me quedé viendo a los autos que le siguieron, te había olvidado en la guantera junto al mapa. No me pidás que te diga cuándo fue eso, claramente se me ha olvidado. Sólo recuerdo que entonces finalmente me sentí libre de todo, sin pesos ni ataduras, y me alegré de nunca poder olvidar los abrazos.
Me adentré en la ciudad con hambre, sonriendo llegué a algún sofá de alguna casa, y por ahí he estado desde entonces. Sí, todavía levanto todo lo que me encuentro en la calle, pero ya no acumulo basura en los rincones. Aprendí a armar muebles y cosas útiles con lo que la gente desprecia, las cambiamos por  otras, alimento y cálidos abrazos. Me enseñaron a reparar todo lo que se rompía, y pagué enseñándole a alguien mas. Me enseñaron a sembrar verduras en un patio, pagué cultivándolas.
Abrazo con abrazo, a veces un poco de calor es necesario. Hay momentos en los que veo un par de ojos grises que sonríen macabros, pero no he preguntado en que dirección queda el sur. Sigo viajando, con la esperanza de olvidar alguna otra cosa innecesaria; y te invito, para que salgamos a caminar un rato.