jueves, 30 de junio de 2016

Sobre el viaje al pasado

Estaba sentada en el pasto, ojos entre los árboles y la mente lejana entre las cuerdas y el ocaso. Estaba sentada, cerveza en mano y cigarro entre los labios, intentando cerrar los ojos y dejarse llevar por la alfombra mágica a desconocidos parajes, pero ni el parque era circular, ni había lago al medio.

Escuchó la voz que le hablaba constantemente, le decía cosas de ejercicios y el cuerpo, le decía de consumir alimentos, de compañías, de cosas normales para seres normales. Escuchó la voz atentamente pero no pudo procesar mucho de lo que explicaba, su mente insistía que el parque estaba por levitarse en su habitual vuelo y no aceptaba que se había mudado a otro continente, a otro hemisferio.
Colocando ambas manos sobre el pasto (olvidando bebida y cigarro) miró lo que le rodeaba y aceptó con dolor que el parque era otro, y este no poseía esa magia de girar sobre si mismo y llevar a lugares nuevos o antiguos. Intentó digerir el hecho que ni los seres con quienes había visitado el parque volverían, ni podría volver ir en tarde libre de verano a tirarse y esperar algún viaje sorpresa. Intentó digerir que la magia se había ido, que no quedaba nada mas que la bebida al costado de su mano, y el recuerdo de una vida imaginaria más. Una cadena de esperanzas y recuerdos, entrelazados para crear lo que fue -o pudo haber sido-. Una cadena de seres y sucesos que no podrían demostrarse como reales, por mas papeles o figuritas de cerámica que hubiese coleccionado.

Ahora se sentaba a luz de velas de ventana y postes envueltos en lucesitas navideñas, apoyada en el escritorio ya después de cena. Finalmente la luz detrás del vidrio se había extinguido (pasarían cuatro o cinco horas antes que volviera) y miraba la hoja en blanco, lápiz en mano intentando trazar algo. El dolor de la falta le dominaba, no podía contra la idea de mil vidas pasadas, acumuladas en forma de álbum de estampitas, sin valor ni gracia. Ahora se sentaba frente al escritorio, mirando las figuritas de cerámica que se abrazaban, recordándole cuan poco valía lo que sentía, recordándole que aunque gritase "yo existí, esto pasó" para nadie mas tendrían significado sus palabras. Malditas figuras y maldita fantasía interminable, maldito aquel que diría "No, no significan nada. Llevátelos." ¿O será que dijo? ¿Realmente pasó aquel viaje, esas tres semanas en el manicomio -en el infierno-?

Se detuvo, incorporándose de golpe. Había viajado en el tiempo, había tomado la decisión consciente, tras un año y medio de haber partido, de ir de visita; y había viajado un año hacia atrás, dónde la partida era reciente y aquellos a los que visitaba la esperaban todavía con el sentimiento vivo. Había viajado a un presente dónde ya no existía, dónde ella era el fantasma, y había observado lo que sucedía en el mundo cuando ella dejaba de habitarlo: todo seguía su camino sin la menor turbulencia.
Bajó a comprar papeles y sintiendo el punzante dolor en el dedo del pie izquierdo se recordó que estaba viva. Sonrió a la vecina al abrirle la puerta, sonrió al kiosquero al pedirle los papeles -y recibir una broma a cambio- y sonrió a los vecinos al subir de regreso. ¿Como podría una existencia tan desabrida generar turbulencia al partir? Tomó firmemente la bebida de nuevo, vaciando el envase antes de reventarlo contra la pared. Al escuchar el ruido tibuteó un instante, pensando si la compañera se inmutaría por el estruendo, pero tomando el pedazo de vidrio mas afilado a la vista, olvidó el pensamiento y prosiguió con el experimento.
El suelo definitivamente se veía mejor -mas formal- con la alfombra roja, y el cielo, el amanecer era mas bello en ese contraste. Pensó que quizás era el alcohol que le nublaba los sentidos, intentando recordar cuantas había tomado, pero la belleza era abrumadora al punto de no dejarla tener ideas concretas. El amanecer cegaba la vista, ¿o provenía esa luz de otro sitio? Y las vidas imaginarias se esfumaron con sus amargas propuestas, no servía de nada darles vuelta. Apagó el último cigarro en la nueva alfombra y se dejó caer en el tibio abrazo que la esperaba en el piso, reflejando cada luz dentro del cuarto.