martes, 8 de septiembre de 2015

La cuadra eterna

Caminando sobre la calle Camanance, las cuadras se estiran o se doblan a conveniencia. Los hay casos documentados en los que disimuladamente la calle se dobla sobre si misma, escondiendo el cruzcalle, imposibilitandole a quien la camina encontrar la esquina adecuada para cruzar; o los hay en los que se estira como gato al levantarse y unos metros se convierten en kilómetros (o centímetros, dependiendo de su antojo). La calle Camanance no es la única en la ciudad Panqueque que tiene esa capacidad o capacidades que pueden sonar igualmente fantásticas, pero si es de las mas caprichosas en registro hasta la fecha. A esto hay que sumarle que tanto ella, como el area de mermelada y chocolate en la que se encuentra, tienen dulces seres nadando, con los que el que se decida a atravesarla probablemente llegue a cruzarse.

La ciudad Panqueque adquiere su nombre de su redondez inflada, dónde en el centro y algunas areas sobre el borde tiene partes crudas, incluso algunos grumos; otras partes son dulces o saladas según lo que se le aplique, pero tiende a saber muy bien con el cafecito de desayuno. Sin embargo, como todo alimento, no combina bien con todo, y por momentos el sabor se crispa y es un puto panqueque, inútil e incapaz. Pero detalles sobre los aspectos generales de la ciudad Panqueque, así como los grumosos habitantes que la navegan o los mágicos seres que la rescatan en vuelta y vuelta, su historia y su relevancia en el banquete, serán analizados a mayor detalle en otro apartado.

La calle Camanance se encuentra ubicada en medio de un estirón de mermelada de casis. Con apenas cinco cuadras de largo, tiene en uno de sus bordes el valle cocinado a cerveza y vino, que tiende a desplegar por las noches la oscuridad que absorbe el cúmulo bohemio. En la otra punta cierra con una plazuela antigua con su respectiva iglesia de cáscara de casis.
A lo largo de esta se encuentran varias cuevas deliciosas, dónde personajes hermosos se refugian (a veces de la lluvia, a veces del sol), entre ellas, sobre su borde hay una dónde producen los dulces placeres de la vida: cafés, pasteles y charlas, entre otros. A esta cueva en particular se refiere el último caso registrado de los caprichos de la calle Camanance, en el cual una criatura demoró toda una tarde en caminar la media cuadra entre la cueva y la esquina con la calle del Pastor.
 El primer indicio fue un salto en la calle misma, que al salir de la cueva y caminar hacia la cueva de al lado, una pequeña ola en el cemento se dirigió hacia la criatura a toda velocidad, devolviéndola a la puerta de la cueva. Esta encontró el suceso ameno y caminó el mismo tramo al mismo paso con la esperanza de repetirlo. Tal como lo esperaba sucedió, y con esto procedió la criatura a jugar con la calle, yendo y viniendo en intentos de predecir velocidad, fuerza y altura de la ola que la devolvería a la puerta de la cueva. Fue cerca del punto de cansancio en el que una figura desde la cueva notó el juego y asomóse a indagar sobre el mismo. La criatura le explicó a la perpleja figura, que no comprendía como podía pasar hora y media jugando con un tramo tan corto de acera. Dos saltos después y tras una tercera despedida, finalmente llegó a la puerta de la siguiente cueva, dónde una sudaka teñida se asomaba con timidez, pues había observado el juego y la cátedra sobre aceras, humores y mañas que le había proseguido. Que dónde había aprendido a comunicarse también con la calle Camanance, que si frecuentaba la cueva de al lado, que si se llevaba bien con quienes la habitaban, que la ciudad Panqueque y su lado de chocolate y mermelada. La criatura dijo mates, y animándose a eso del contacto humano mató el segundo par de horas intentando explicarle a la maraña rubia sobre los saltos y los cambios; y los motivos que la calle tenía detrás de tanto acertijo. Pero la maraña rubia insistía con los habitantes de la cueva de al lado, espantándola y a su ceméntica compañía, quienes surfearon un rato en el tramo restante hasta la esquina. A pocos centímetros sacudía energícamente la mano otra maraña rubia (sin teñir) esta no había presenciado nada del evento, pero charló por horas de los susurros del pan y los siseos del café. La criatura le escuchó con gusto, balanceándose en una ola de la calle, quien despidiendo el sol había disfrutado una cálida tarde impulsando los alegres pies de quien sólo quería jugar.

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